La cooperación internacional bajo ataque: ¿resistir, adaptarse o construir?

Por: Andrés Thompson*

Desde que asumió su segundo mandato, el presidente Trump dictó varias órdenes ejecutivas imponiendo severas restricciones presupuestarias y operativas a la agencia de cooperación internacional USAID generando un impacto mundial en el sistema de ayuda al desarrollo, lo que incluye a ONG grandes y chicas en todo el planeta. En 2023, la ayuda global distribuida por USAID alcanzó US$ 42.000 millones. De ese total, América Latina recibió poco más de US$ 1.700 millones. Dentro de los países de la región, los mayores beneficiarios fueron: Colombia (US$ 389 millones), Haití (US$ 316 millones), Venezuela (US$ 205 millones), Guatemala (US$ 178 millones) y Honduras (US$ 144 millones).

Por su parte, la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea hicieron lo suyo, reconvirtiendo recursos financieros de la ayuda internacional hacia fines de armamentismo y guerra, con la excusa de defender a Europa y a Ucrania de la invasión rusa.  En pocas semanas, la perplejidad, el miedo, la angustia y la confusión invadieron a las principales agencias de cooperación al desarrollo, tanto públicas como privadas sin fines de lucro. 

Las críticas al sistema de cooperación internacional existente son de larga data. Muchísimas voces durante muchos años han señalado sus deficiencias y la necesidad de cambiarlo por uno más democrático, más participativo, más acorde a las necesidades del Sur global, menos impositivo, menos burocrático y con otra lógica que vaya más allá de la “ayuda” y se encarne en la multipolaridad y en la interdependencia, así como en el aumento de la ayuda y el cumplimiento de los acuerdos internacionales en el marco de las Naciones Unidas (donar el 0.7% del PIB de los países desarrollados). De esas discusiones surgieron las ideas, entre otras, de localización, descolonización y de #shifthepower (cambio en las relaciones de poder). Mientras estas conversaciones sucedían en varias partes del mundo, se vino la hecatombe dejando millares de funcionarios sin empleo, programas sociales en suspenso o terminados y organizaciones no gubernamentales fundidas financieramente. En adición, el discurso ideológico que acompaña a estas medidas tiende a menoscabar, despreciar y hasta prohibir las iniciativas provenientes de la sociedad civil. Así, no solamente no hay más dinero, sino que se ponen en cuestión temas vitales para el bienestar humano como los derechos humanos en su sentido amplio, los esfuerzos de paz y la protección de la vida en el planeta.

¿Y ahora qué? fue la pregunta central abordada en numerosas reuniones de emergencia, webinars de todo tipo, conferencias telefónicas y números especiales de publicaciones del ecosistema. Los esbirros Marroco y Musk aparecieron como los espadachines principales en hacerse cargo de la tarea; esos “hombres caníbales” como los apodó brillantemente Florencia Roitstein en un lúcido artículo.  

Entre las posibles respuestas, se fueron configurando al menos tres posiciones. Una es la de la resistencia: rechazar y denunciar las medidas y esperar a que las personas, comunidades y pueblos más afectados se movilicen y actúen. Quienes dieron el primer grito en esta dirección fueron los funcionarios de USAID así como los dirigentes de ONG internacionales que recibían una sustancial cantidad de recursos que alimentaban sus presupuestos. Dada las dimensiones del problema y las múltiples facetas de su impacto, lo más probable es que debido a la variedad de intereses en juego no haya sido posible hasta el momento articular la diversidad de voces y la estrategia de resistencia quede solamente en declaraciones.

Así como sucede frente al cambio climático, una segunda posición que ha ido tomando cuerpo en el ecosistema del desarrollo es la de la adaptación y la mitigación del impacto. Por una parte, comienzan a ser pensadas formas de reemplazar la ayuda financiera perdida por otras fuentes de financiación. Para el caso de América Latina, China comienza a ser mirada con mejores ojos, aunque las modalidades chinas de cooperación difieran radicalmente de los Estados Unidos. Asimismo, también se mira con otros ojos a la filantropía y la inversión social privada, aun a sabiendas que los recursos que estas movilizan no cubrirían en absoluto el vacío dejado por USAID y Europa. La mitigación de los daños no parece tampoco ser una alternativa a corto plazo. 

Por otra parte, la política de la adaptación va tomando cuerpo dejando a las claras que la cooperación ofrecida por USAID es más que altruismo y que va junto con el juego de la geopolítica (algo que sabíamos hace mucho tiempo). El caso de la Fundación Interamericana (IAF) es quizás emblemático. 

Desde que el ataque gubernamental se puso en marcha, lo que incluyó inicialmente el cierre, su intervención y el congelamiento de los fondos, la IAF ha desarrollado una estrategia de supervivencia y adaptación al nuevo contexto que seguramente ha sorprendido a muchas de sus organizaciones beneficiarias. En sus comunicaciones en sus redes sociales y en los mensajes a sus organizaciones donatarias el discurso actual enfatiza ya no sus aportes al desarrollo latinoamericano sino todo lo contrario: cómo su actuación beneficia a los tax payers norteamericanos y las nuevas políticas gubernamentales.

Mediante múltiples ejemplos pretenden demostrar, para beneplácito de las autoridades gubernamentales, como sus donaciones en América Latina ayudan a: a) aumentar y fortalecer la seguridad nacional (por ejemplo, al interrumpir y desplazar las actividades criminales en las tierras que administran, incluido el tráfico de drogas, y resistir la extracción ilegal de recursos chinos, así como compartir información con las fuerzas del orden); b) contrarrestar el dañino desarrollo chino (oponiéndose a sus inversiones); c) construir relaciones comerciales con empresas estadounidenses (con más de 40 empresas estadounidenses, incluidas Ralph Lauren, Nordstrom, Abercrombie and Fitch, AllBirds, American Eagle, la Fundación Coca-Cola, así como IBM y Walmart); d) detener las migraciones (y evitar que compitan con los estadounidenses por los empleos). Una no muy digna manera de sobrevivir.

Por último, hay quienes creen que solamente resistir es un camino sin salida y se rehúsan a adaptarse y evitar así ser cómplices de los cambios negativos. Aún tímidamente y con pocas ideas prácticas claras, buscan configurar un nuevo futuro de la cooperación internacional. Para ello se han abocado a organizar, establecer y liderar alternativas, que van desde ayuda recíproca y fondos de solidaridad, hasta mecanismos de financiación regionales y nuevas formas de colaboración. En este espacio llamado “Stand for civil society” se articulan algunas ONG internacionales, el movimiento #shiftthepower, y organizaciones africanas que han sido duramente afectadas. Hasta el momento, esta iniciativa tiene tres ejes principales que son: apoyar a la sociedad civil local a trazar un rumbo para el logro de mayor independencia, capacidad de acción y poder, reconfigurar un nuevo sistema con nosotros y construir una nueva cultura de solidaridad global. Para muchos esta puede ser una oportunidad de descolonizar el sistema de cooperación internacional.

Resistir, adaptarse o construir una alternativa al actual sistema de cooperación internacional parecieran tener algunos puntos en común, pero, aun así, son procesos que están recién en sus albores y a los cuales les falta mucho por recorrer. Por más voces que se levanten y caminos que se exploren desde la sociedad civil, si quienes tienen el poder del dinero tanto en la esfera pública (gobiernos) como privada (filantropía) no dan señales contundentes de cambio en el corto plazo, el panorama más plausible es el de un deterioro aun mayor de la solidaridad global y una primacía de las estrategias geopolíticas y comerciales de fragilización de la participación social y la democracia.

8/5/2025

  • Andrés Thompson trabajo como Director de Programas en la Fundación W.K.Kellog (Estados Unidos) y como coordinador de la Red de Filantropía para la Justicia Social (Brasil) y Streetfootballworld(Brasil). También ha sido voluntario y consultor para varias organizaciones nacionales e internacionales. Actualmente coordina el Programa ELLAS-Mujeres y Filantropía.